Liber 2011

Unas pocas fotos para ilustrar esta feria de editoriales y nuevas tecnologías (ePub, principalmente) que esta semana se está celebrando en Madrid, junto al célebre SIMO.

Editoriales grandes y pequeñas se disputaban el poco espacio que el dock 6 de IFEMA les había concedido… y por supuesto, nada más entrar, las tres grandes (en el orden incorrecto) se comían la vista: Santillana a la derecha, SM a la izquierda, y Planeta en el centro. Mucho lujo y ostentación, eso sí, pero había que adentrarse un poco para ver otros ingenios, como el puesto de Edelvives en su rama de cuentos infantiles y narrativa:


Particularmente curiosa resultó la presentación del país invitado, Rumania, una rústica cabaña de madera contrachapada situada en medio de un bosque de libros, merenderos donde acampar y un proyector multimedia

En fin, mucha gente trajeada, rostros de falsa sonrisa, unos finos en el stand de la Junta de Andalucía, delicias turcas y papel, mucho papel…


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Veinte años de amistad

Hace ya unos meses se casó uno de mis mejores amigos, y como no podía ser menos, le escribí una pequeña lectura que tuve que leer a dúo durante el banquete, delante de ochenta personas, la mayoría francófonas, ya que la mariée era del país vecino. Allí se conocieron ellos, y allí en Francia me encontré yo también a Daniel, en el Liceo Español de París, en 1989.

La verdad es que no tenía pensado publicarla aquí, pero este hilo en el foro: La media de duración de los amigos, me ha hecho replantearme su presentación pública.

Espero que os guste 😉

20 años hace que nos une nuestra amistad, Dani; semejante tiempo es un privilegio escaso hoy en día, cuando los valores humanos se denigran frente otros más… materiales, y por eso son 20 años que estoy orgulloso de haberlos disfrutado a tu lado.

Por aquel entonces mi vida, mi futuro personal, estaba a punto de decidirse, y es duro admitir que quizá no fuera para bien. La adolescencia, antes de que te sentaras a mi lado en el liceo, fue una época convulsa en mi vida y, sin tu guía, los peligrosos escarceos de mis anteriores “amigos” —¡qué poco sabía yo de la amistad en aquel momento!— probablemente me hubieran dejado en la cuneta antes siquiera de alcanzar la veintena.

Ya sólo por eso te mereces todo lo que yo pueda ofrecerte… y más aún.

A los 16 años éramos unos críos, unos imberbes que no conocían nada de la vida; nos creíamos los reyes del universo, y lo que realmente importaba era el ahora… Así era yo, al menos, y fuiste mi tabla de salvación. Tú y todos los que vinieron contigo: Miguel, tu mejor amigo y corazón del grupo; Rafa, tu hermano y (casi) mi alma gemela; Carlos, que nos recuerda por lo que debemos luchar para seguir adelante, Javier, Stella, Amor, mi Pilu… y, por supuesto, los que se quedaron en el camino, perdidos en otros valores de la vida.

Porque 20 años es mucho tiempo.

Sin embargo, siempre tuvimos una cosa muy clara, Dani: la amistad que forjamos entre todos nosotros duraría mucho más tiempo del comúnmente aceptado por la sociedad. Y míranos, aquí estamos en uno de los días más importantes de tu vida.

Algo supimos hacer bien, ¿no?

Aún ahora —no me avergüenza admitirlo— seguimos sin saber nada de la vida; pero no tengo miedo, porque sé que estarás (estaréis todos vosotros) allí… por siempre.

Y Carinne te quiere de verdad. Supo escarbar en tu coraza y descubrir la bondad que (por muy extraño que parezca) siempre te empeñas en esconder. Y porque aprendió a conocerte, a amarte, supo ser paciente y conquistar tu corazón muy lentamente hasta que, casi en un suspiro, te diste cuenta que la única persona que ocupaba tus pensamientos era ella, la chica de enigmática sonrisa que supo querer a este pedazo de pan.

Por eso, por la ternura que demuestra contigo, por la belleza que también esconde en su interior, nosotros —tus amigos— también la queremos; sabemos que te llenará toda tu vida como ninguno de nosotros pudiera haberlo hecho.

Carinne, jouis-toi de ce jour, car tu est nôtre reine aujourd’hui, mais surtout, jouis-toi pour être aussi sa reine pour toujours.

Merci —vraiment— pour nous avoir fait une petite place dans ton cœur.

Nous vous aimons, tout les deux.


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A mi manera….

Como este rinconcito es mío, mío y de mis pensamientos, de mis imaginaciones, me permito colocar aquí uno de mis relatos, que tanto me gustan escribir.

Siempre fui de las que pensé que nunca me atraería un hombre nada más verlo. Hasta que conocí a Jaime. Es como lo que llaman flechazo, pero yo lo llamaría atracción. No me imaginaba a lomos de un caballo blanco paseando por una playa paradisíaca….tan sólo revolcándome mientras le comía los labios con lujuria. Esa sensación, al mirar a aquel chico que tenía frente a mí en la mesa, me causaba pudor y miedo a la vez. Ese miedo de “que me está pasando” y ese pudor de “se me notará la excitación bajo la blusa?”. Lo cual no me importaba, sobre todo si notaba que era él el que miraba allí mismo. Empecé a sentir calor cada vez que coincidia que me miraba, su cara de aparente chico malo contrastaba con su mirada dulce en unos ojos marrones. Aquella cena transcurría sin más, aunque no podía llevarme bocado sin pensar en una guarrada, no entendía muy bien que me estaba sucediendo, tampoco era para tirar cohetes. Apenas cruzamos unas frases, no así ciertas miradas que no hacían más que seguir avivando mi ya trallada imaginación. Aquella cena acabó en unas copas, y tras ello, dirigiéndome a mi coche, Jaime salió también. Al yo subirme un poco las mangas de la blusa, dejé al descubierto un tatuaje que tengo en el antebrazo derecho, con lo que pareció llamarle la atención y me preguntó si me gustaban. Mi afirmación le gustó a él también, y subió las mangas de su jersey blanco y dejó ver ambos brazos casi al completo tatuados. Mi cara de sorpresa se acompañaba de una aceleración del corazón y de un nudo en el estómago. Jaime estaba completamente rapado, y tenía una cicatriz en la ceja izquierda que me daba muchísimo morbo, pero al ver sus tatuajes mi mirada, creo, se volvió más lasciva aún. Seguía preguntándome a mí misma que carajo me estaba pasando, qué imán tendría ese chico para hacerme sentir así, tampoco hacía tanto de mi última (y no mala) experiencia sexual. Conversamos un rato sobre tatuajes, enseñándonos los que ambos teníamos (algunos, claro), y comprobé como Jaime fumaba un cigarro tras otro…”fumo mucho cuando estoy nervioso”.
“Yo también estoy nerviosa, lástima que no fume”….
“Y tú? Por qué estás neviosa?”- me preguntó con una pícara sonrisa que me perturbó…
“yo? Me pones nerviosa tú”
Tras un gesto de sorpresa y al parecer, inesperado, me dijo que le explicara el porqué me ponía nerviosa, si “tienes valor, claro”.
Ese “tienes valor”, como desafiante, me hizo rebelarme contra mí misma, que no suelo ser de decir a las primeras de cambio lo que alguien me hace sentir….no sé si me molestó o me gustó, pero lo dejé claro…”me pone nerviosa tu mirada, que miras y esquivas cuando te cruzas con los ojos que estabas mirando…me pone nerviosa cuando has sonreído las veces, pocas, que lo has hecho, y verás que he estado atenta, disculpa, pero no había cosa más interesante alrededor en ese momento. Me pone nerviosa tus manos, porque me las he imaginado de alguna manera que es imposible no ponerte nerviosa….cuando te has lamido los labios tras caerte un poco de cerveza…..y al verte los brazos no sólo me has terminado de poner nerviosa, sino que me he excitado….¿te vale?”…..
Su cara lo dijo todo…..¿y ahora qué? Dijo mientras hacía el amago de acercarse, subiéndose la camisa, y dejándome ver y tocar todo su pecho tatuado….ambos pectorales, los abdominales, los hombros…..”si vas a seguir enseñándome cuerpo con tinta, mejor será que montes en el coche”. Tras eso sólo recuerdo que sentí como su boca envolvía mis labios, sus labios, duros, se abrían paso y dejaba jugar su lengua por mis dientes, mi lengua, mi boca…..no pude evitar meter mis manos debajo de su jersey blanco y repasar sus tatuajes con ellas, eso me producía un placer difícil de explicar. Pasamos besándonos, comiéndonos literalmente la boca, un buen rato, hasta que la sangre volvió a regar donde debía y decidimos salir de aquel hueco entre coche y coche.
Llegamos a su casa. Nuevamente me sorprendía a mí misma por la rapidez de mis actos, pero por una vez dejé de pensar lo que estaría bien o no y me dejé llevar por mis instintos. O más bien, tendría que decir, por mis hormonas. Al entrar a su piso, un 4º sin ascensor, sentí que palpitaba más y más…no sé si de subir las escaleras o de pensar lo que ocurriría. Un piso ordenado, decorado con gusto y donde parecía reinar una paz increíble. Sin parecer desesperada, le pedí tomarme una cerveza, y ambos, en la terraza, nos bebimos una. Jaime volvió a fumar casi sin control, lo cual provocaba hasta que yo tuviese ganas de fumar, con lo que di dos caladas de su cigarro y pareció gustarme. “no pienso echarme a fumar a estas alturas” me rondó por la cabeza rápidamente. Jaime se quitó el jersey, dejando nuevamente su torso a mis ojos, y donde pude ver con más claridad cada detalle de sus tatuajes. No hablamos de su trabajo, ni del mío, ni de futuro ni pasado, ni de chicos ni chicas, ni ex novios ni novias, tan sólo me enseñaba sus tatuajes como si un padre orgulloso muestra a sus hijos. Algunos eran de temas japoneses, como una bonita geisha que tenía en un pectoral. Su ombligo estaba rodeado por una serpiente que le cubría casi todo el vientre, y luego un sinfín de detalles en cada brazo, incluso uno que recordaba, de forma no en retrato, a su madre, fallecida. Eso, confieso, me puso tierna por un momento, pero seguí mirando aquella espalda que parecía un mural de Da Vinci. Juro que si vislumbro a la Gioconda me creo que estoy en un museo. En su espalda, bien formada por cierto, otros tatuajes que le recordaban momentos de su vida, y los cuales tenía su simbología. Yo mostré los míos, nada comparables con semejante cantidad de tinta en su cuerpo, pero eran los míos. Cuando vió el de la pierna, lo tocó y empezó a besarlo. Ya está. De ahí acabamos en la cama, apartando el nórdico, que estaba enrollado como si se hubiese despertado de una siesta. “no hice la cama hoy”, dice como disculpándose. Como si a mí me importara ahora si la cama estaba hecha o no, total, tenía el pensamiento de deshacerla desde que me subí en el coche.
No me importa parecer romántica, cosa que soy poco, poquísimo, pero el momento de desnudarnos fue parecido a esas escenas empalagosas que salen en ciertas pelis. Como si fuese a cámara lenta, fue quitándome la ropa, sin apartar su boca de cualquier parte desde mi cuello a mis ojos….cuando desabroché su cinturón, pude notar que su excitación no estaba solo en su respiración. Rozarme con él, yo tan sólo con el culotte y él en vaqueros, me puso a mil. Tanto o más me ponía besarlo, rozar con mis manos su cabeza rapada, sus hombros dibujados, que sus manos buscaran con ganas mis pechos, mis piernas, que me ayudaba de ellas para bajarle los pantalones. No fue sorpresa, pero no me esperaba que también sus piernas estuvieran con dibujos de tinta. Quise alargar el momento de que entrara en mi cuerpo, aunque ambos estábamos a punto de caramelo. Rozar mis pechos, duros de excitación, con su pecho mural me estremecía. En un momento me di cuenta que estaba boca abajo, con todo su cuerpo encima mia, y con sus manos apretando mis muñecas, por encima de mi cabeza…..con su rodilla abrió mis piernas, y con la mayor dulzura que se pueda hacer ese momento, entró en mí. Lo único que salía de nuestras bocas eran gemidos y la respiración entrecortada. No hacía ni 5 horas que nos conocíamos, y allí estábamos, revolcándonos en su cama, sin preguntas, ni respuestas, ni complicaciones….me senté en él, lubricada como jamás en mi vida. Su más de metro ochenta hacía que la envergadura de sus brazos me cubriesen por completo, por lo que me sentía tan protegida como deseada, y sin parar, entraba en su cuerpo, mientras él me suplicaba que no parara, y me apretaba contra él. Curiosamente pasó por mi mente algo que no era el momento….¿sabía Jaime como me llamaba yo?…..pero a la par iba mordiendo sus labios, que empezaban a enrojecerse….de pronto salta la música del equipo, el cd que tenía puesto se puso, como por obra de magia…la canción era la gran “My way”…..y ahí estaba yo, sintiendo el placer mayor de mi vida, devorando con mi lengua, con mis piernas, con mis dientes y mis ojos, a un chico que 5 horas antes tenía frente a mí en una aburrida cena de amigos, allí estaba él, como protegiendo con sus brazos tatuados a la chica que antes tuvo el coraje de decirle que la había puesto cachonda, literalmente, su mirada. Ahí estábamos, ambos…a nuestra manera, como se empeñó en cantar Frank Sinatra antes de que, no sin gritar, un orgasmo pasara por nuestro cuerpo como un rayo.


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La campiña madrileña

… o de la doble perspectiva de las cosas

Releyendo el artículo de Rider ¿Prostitución legal?, me ha venido a la mente algo que escribí hace casi diez años, y que me gustaría compartir con vosotros. Se trata de la introducción a un relato titulado El octavo pecado capital; un pequeño atisbo de la Casa de Campo de Madrid y la «doble vida» que estos lugares presencian…

Amanece de nuevo.

Retazos de luz resplandecen en el horizonte, abriéndose camino entre las pilastras de la antigua noria, símbolo perenne del amor jovial e inocente por el que un día nuestras vidas pasaron. Las ramas de los ancianos se agitan ante el piar tímido de algún que otro petirrojo dispuesto a dar gracias por la existencia con la que ha sido obsequiado, generosa en presentes y pobre en depredadores. Y, si se escucha con la suficiente atención, podrá distinguirse cómo el albor restituye la vida al bosque; se puede apreciar, sin ir más lejos, cómo las delicadas flores ofrecen sus encantos a los insectos más madrugadores, o el acaramelado deslizar del rocío pugnando por retornar a la madre Tierra, donde será dador de vida a plantas y animales; pero también tornarán audibles los suspiros de la brisa al encontrar de nuevo aquel con quien compartir sus inquietudes y premuras, o el liviano chapoteo de alguna carpa buscando su desayuno matinal, o el lento devenir del tiempo celeste…

Aquí y allá, cientos de ojos renacen con cada nuevo amanecer; cientos de almas claman a la aurora, devolviendo el amor que la Naturaleza les ha ofrecido, felices porque la obscuridad no ha triunfado… aún.

Sin embargo, conforme se eleva el Dador de vida en el horizonte, otro amor queda al descubierto con el marchito reflejo de sanguinolentas jeringuillas vacías de polvos mágicos, de preservativos preñados con el semen de adúlteros sin escrúpulos, de olvidada ropa interior y de las maltratadas prostitutas que las portaban la noche anterior e iniciaban su pesaroso camino de vuelta a la realidad. Pues la noche, que se empeña en ser aliada incondicional de estos vástagos desterrados de la vida, muere con la llegada del día, arrastrando consigo el aparente cobijo que les ofrecía. Los equipos de limpieza arrasarán entonces las humillantes pruebas de su existencia, ya que resultaría indecente e inhumano que tales inmundicias sociales quedaran expuestas ante la virginal luz de la mañana.

Aquí y allá, cientos de ojos mueren con cada nuevo amanecer; cientos de torturadas almas claman a la aurora, suplicando por el amor que la Naturaleza les había ofrecido, pero que la sociedad cruelmente les arrebató; abatidos ante la perspectiva de un nuevo día, ruegan al Dios de los inocentes por que regrese la obscuridad… pronto.

Tal es la dualidad encerrada en esta campiña de las afueras de Madrid, donde la inocente risa infantil contrasta con el amargo lamento de aquellos que, bien por desidia, bien por repudia, no volverán a ser capaces de ver la vida a través de los inmaculados ojos de un niño.


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La mitad obscura del ser humano

… o cómo matar a Richard Bachman

Ya desde hace un par de años se rumoreaba -el propio Stephen King lo confirmó en su última novela-  que el difunto señor Bachman habría dejado un manuscrito cubierto de polvo en alguna parte, esperando como un cocodrilo con las fauces abiertas, con el barro secándose sobre sus escamas y las moscas zumbando sobre sus huevos depositados al sol. Aguardando con una paciencia que sólo otorgan la edad y la certidumbre -gracias a la propia dualidad humana– de una identidad paralela sin temor a ser olvidada.

Y es que, por mucho que lo desee, un escritor (o cualquier otra persona, pero en el caso de los cuentacuentos resulta infinitamente más notable) no podrá desligarse de su mitad oscura. Jamás. Es algo intrínseco a cualquier novelista, potenciado por ese endiosamiento que nos hace ser dueños del destino de nuestros personajes. Dentro de una línea argumental coherente, podemos hacer cualquier cosa con ellos; son muñecos, marionetas, drogadictos que dependen totalmente de su dealer para tomar decisiones…

Pero, cuando se trata de descubrir y averiguar el estado real del pobre gato cuántico, hay una diferencia fundamental dependiendo de qué sentimientos dominen en ese momento la mente del escritor. Y es ahí donde entra en acción nuestra mitad oscura (o, siguiendo con el famoso símil, el señor Shrödinger). Porque todo el mundo necesitamos alguna vez mostrar nuestra faz más sórdida, aquella que nos define como los animales que una vez fuimos, y que sólo nos atrevemos a plasmar en el papel (o en sueños) bajo el resguardo y anonimato que la pluma nos ofrece.

No podemos eliminar esa parte de nosotros, desligarnos de ella o enterrarla en lo más profundo del bosque. Hay que vivir bajo su yugo y soportar sus «excentricidades«. Es como un cadáver purulento oculto en un sótano húmedo y caluroso, cubriendo día a día las paredes y el aire mismo de un hedor pegajoso como la brea; un sótano que de cuando en cuando debe airearse para dejar escapar su pútrido legado… y que otros disfruten de él, ya que por sí mismos no son capaces de abrir esos oscuros ventanales.

No podemos matar a Richard Bachman porque, sencillamente, no existiríamos sin esa otra mitad. Es una relación forzosa, una simbiosis parasitaria, la describirían los biólogos, en la cual cada faz toma el relevo para no canibalizar al organismo completo.

Es lo que significa ser humanos… y, desgraciadamente, hay muchas «mitades oscuras» con el poder suficiente para propagar el horror sobre sus congéneres. Gente canibalizada, zombies sin alma errando en busca de algo que dejaron se pudriera hace mucho tiempo; gente cuya envidia es lo que causa el sufrimiento de miles de personas, pero que no pueden parar de hacer el mal.

Eso también es propio del ser humano.

Por cierto, tuve el nuevo libro de Stephen King en mis manos, pero dudé en comprarlo: Richard Bachman siempre mata a sus protagonistas


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No es otro mundo…

… u otra campaña más contra las minas antipersona

Madrid, avenida de Isaac Peral/ Ext. / Día

Un hombre de unos treinta años pasea en dirección a la plaza de Cristo Rey cogido de la mano de un niño de ocho años. El crío está feliz. Su padre le ha comprado un helado y tiene ciertos problemas para controlarle.

La cámara les sigue por detrás hasta que se convierte en subjetiva (punto de vista del padre) al pasar por un quiosco. No se detiene, pero de pasada la cámara se fija en la portada de un periódico y las imágenes saltan a la pantalla, ralentizadas.

Un campo arado / Ext. / Día

Sucesión de flashes fotográficos en las que un hombre con ropas andrajosas sostiene en brazos el cuerpo mutilado de un niño. Movimiento incontrolado, sugiriendo nerviosismo, urgencia.

Y la cámara sale del periódico.

Madrid, avenida de Isaac Peral/ Ext. / Día

El hombre continúa su camino, aunque algo ha cambiado en su mirada. Se le ve preocupado, aprieta nervioso el mentón y sus ojos saltan de un punto a otro, buscando, analizando y descartando con miedo. Aprieta el paso y aumenta la fuerza sobre el niño, que ya no salta como antes, y mira a su padre como si un sexto sentido le dijese que algo no anda bien.

De repente, el hombre pisa una loseta de metal del gas (se puede leer Comunidad de Madrid) con un sonido metálico que acalla cualquier otro ruido mundano y se detiene, lívido y con la respiración agitada. Su rostro demudado mira en todas direcciones, y comienza a sudar profusamente mientras el niño le tironea inútilmente de la manga de la camisa.

Un hombre, que ha visto lo que pasaba, se acerca y rápidamente aleja al niño de su padre, mientras un corro de curiosos lo rodean y, al percatarse de lo que va a ocurrir, se alejan paso a paso. En sus rostros se adivina alivio por no estar en su lugar y algo más, algo que nunca hubieran mostrado en ninguna otra ocasión: una mirada depredadora y morbosa, ansiosa por presenciar el fin de una vida humana. El niño mira a su padre, sin entender.

Padre

No te preocupes, hijo, no pasa nada. Ve con ese hombre… yo iré enseguida.

La cámara recorre el círculo de fisgones y se detiene en el niño, con el helado goteando y manchándolo con grandes ronchones sabor a frambuesa olvidado entre sus dedos. Se les ve gesticular; gritar y llorar; pero lo único que se escucha son un par de corazones latiendo con fuerza. Unos segundos después, cuando un resplandor anaranjado ilumina el rostro del niño, su boca quebrada en un mudo grito, uno de ellos deja de existir.

Voz en off

Es posible que no te importe lo que pueda ocurrir en una aldea perdida lejos de todos a los que amas, pero… ¿te afectaría de igual forma si fuese tu hijo quien no pudiera terminar su helado de la mano de su padre?


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