La mitad obscura del ser humano

… o cómo matar a Richard Bachman

Ya desde hace un par de años se rumoreaba -el propio Stephen King lo confirmó en su última novela-  que el difunto señor Bachman habría dejado un manuscrito cubierto de polvo en alguna parte, esperando como un cocodrilo con las fauces abiertas, con el barro secándose sobre sus escamas y las moscas zumbando sobre sus huevos depositados al sol. Aguardando con una paciencia que sólo otorgan la edad y la certidumbre -gracias a la propia dualidad humana– de una identidad paralela sin temor a ser olvidada.

Y es que, por mucho que lo desee, un escritor (o cualquier otra persona, pero en el caso de los cuentacuentos resulta infinitamente más notable) no podrá desligarse de su mitad oscura. Jamás. Es algo intrínseco a cualquier novelista, potenciado por ese endiosamiento que nos hace ser dueños del destino de nuestros personajes. Dentro de una línea argumental coherente, podemos hacer cualquier cosa con ellos; son muñecos, marionetas, drogadictos que dependen totalmente de su dealer para tomar decisiones…

Pero, cuando se trata de descubrir y averiguar el estado real del pobre gato cuántico, hay una diferencia fundamental dependiendo de qué sentimientos dominen en ese momento la mente del escritor. Y es ahí donde entra en acción nuestra mitad oscura (o, siguiendo con el famoso símil, el señor Shrödinger). Porque todo el mundo necesitamos alguna vez mostrar nuestra faz más sórdida, aquella que nos define como los animales que una vez fuimos, y que sólo nos atrevemos a plasmar en el papel (o en sueños) bajo el resguardo y anonimato que la pluma nos ofrece.

No podemos eliminar esa parte de nosotros, desligarnos de ella o enterrarla en lo más profundo del bosque. Hay que vivir bajo su yugo y soportar sus «excentricidades«. Es como un cadáver purulento oculto en un sótano húmedo y caluroso, cubriendo día a día las paredes y el aire mismo de un hedor pegajoso como la brea; un sótano que de cuando en cuando debe airearse para dejar escapar su pútrido legado… y que otros disfruten de él, ya que por sí mismos no son capaces de abrir esos oscuros ventanales.

No podemos matar a Richard Bachman porque, sencillamente, no existiríamos sin esa otra mitad. Es una relación forzosa, una simbiosis parasitaria, la describirían los biólogos, en la cual cada faz toma el relevo para no canibalizar al organismo completo.

Es lo que significa ser humanos… y, desgraciadamente, hay muchas «mitades oscuras» con el poder suficiente para propagar el horror sobre sus congéneres. Gente canibalizada, zombies sin alma errando en busca de algo que dejaron se pudriera hace mucho tiempo; gente cuya envidia es lo que causa el sufrimiento de miles de personas, pero que no pueden parar de hacer el mal.

Eso también es propio del ser humano.

Por cierto, tuve el nuevo libro de Stephen King en mis manos, pero dudé en comprarlo: Richard Bachman siempre mata a sus protagonistas


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