De la adoración a la muerte…

… y algún otro estereotipo adosado al goticismo

Ayer, viendo una série de televisión en decadencia (sí, debo ser de los pocos que continúen apoyándola, dados sus niveles de audiencia y las tropelías que Telecinco comete contra ella), me sorprendió la cantidad de estereotipos en los que fueron capaces de incurrir los guionistas de El Comisario

En resumen, el capítulo hablaba sobre un desecho humano que se consideraba con derecho a ser transformado por un vampiro, dada su fotofobia, su atracción por la sangre y su metido-con-calzador gusto por la absenta, que consumía «a palo seco» de una petaca (sólo por eso ya se merece el calificativo del principio) 🙁

Dejando de lado la mediocre aproximación al mundo nocturno, me llamó la atención un comentario sobre la «supuesta» adoración a la muerte que profesamos todos los góticos. Es una creencia bastante extendida, e incluso a mí me ha ocurrido ya en un par de ocasiones…

Nosotros no adoramos a la Dama de blanco (al igual que no todos somos satánicos, vampíricos ni deprimidos). Sentimos cierta atracción por los sentimientos que ella provoca, ese desgarro del alma y la rebeldía ante Dios y las circunstancias de tan fatal desenlace, ya que es un caldo de cultivo excepcional para nuestros relatos, poesías, letras y, quizá, para nuestra necesidad de justificar lo que en el fondo sentimos por dentro.

Como románticos nos sentimos atraídos como polillas ante un fanal, porque nosotros mismos creemos portar un desgarro similar en nuestro interior. Explotamos esos sentimientos y los hacemos propios, acrecentando la empatía y sensibilidad hacia la vida que nos rodea. No somos rudos; símplemente aceptamos que un día todo acabará, y tratamos de admirar la belleza de esta vida sin denigrar el acto eterno que a todos nos aguarda.

Es quizá el contraste de lo que antes existía y ahora ya no volverá a ser, la definición de la vida y su indisociable dicotomía con la muerte; los eternos rivales, como la noche y el día. La sociedad nos posiciona en la oscuridad, sin darnos tiempo para mostrarles su equivocación. Sí, claro que somos seres obscuros, pero porque somos los únicos que tenemos la capacidad de ver belleza allí donde otros son ciegos y sordos, y no aceptan que pueda existir otra cosa más allá de la Luz.

Admiramos la obscuridad, sí, pero también la claridad de un amanecer, cuando todas las dudas nocturnas son vaporizadas por un halo de vida. Únicamente *admitimos* que pronto acaecerá otro anochecer, y las dudas regresarán…


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La mitad obscura del ser humano

… o cómo matar a Richard Bachman

Ya desde hace un par de años se rumoreaba -el propio Stephen King lo confirmó en su última novela-  que el difunto señor Bachman habría dejado un manuscrito cubierto de polvo en alguna parte, esperando como un cocodrilo con las fauces abiertas, con el barro secándose sobre sus escamas y las moscas zumbando sobre sus huevos depositados al sol. Aguardando con una paciencia que sólo otorgan la edad y la certidumbre -gracias a la propia dualidad humana– de una identidad paralela sin temor a ser olvidada.

Y es que, por mucho que lo desee, un escritor (o cualquier otra persona, pero en el caso de los cuentacuentos resulta infinitamente más notable) no podrá desligarse de su mitad oscura. Jamás. Es algo intrínseco a cualquier novelista, potenciado por ese endiosamiento que nos hace ser dueños del destino de nuestros personajes. Dentro de una línea argumental coherente, podemos hacer cualquier cosa con ellos; son muñecos, marionetas, drogadictos que dependen totalmente de su dealer para tomar decisiones…

Pero, cuando se trata de descubrir y averiguar el estado real del pobre gato cuántico, hay una diferencia fundamental dependiendo de qué sentimientos dominen en ese momento la mente del escritor. Y es ahí donde entra en acción nuestra mitad oscura (o, siguiendo con el famoso símil, el señor Shrödinger). Porque todo el mundo necesitamos alguna vez mostrar nuestra faz más sórdida, aquella que nos define como los animales que una vez fuimos, y que sólo nos atrevemos a plasmar en el papel (o en sueños) bajo el resguardo y anonimato que la pluma nos ofrece.

No podemos eliminar esa parte de nosotros, desligarnos de ella o enterrarla en lo más profundo del bosque. Hay que vivir bajo su yugo y soportar sus «excentricidades«. Es como un cadáver purulento oculto en un sótano húmedo y caluroso, cubriendo día a día las paredes y el aire mismo de un hedor pegajoso como la brea; un sótano que de cuando en cuando debe airearse para dejar escapar su pútrido legado… y que otros disfruten de él, ya que por sí mismos no son capaces de abrir esos oscuros ventanales.

No podemos matar a Richard Bachman porque, sencillamente, no existiríamos sin esa otra mitad. Es una relación forzosa, una simbiosis parasitaria, la describirían los biólogos, en la cual cada faz toma el relevo para no canibalizar al organismo completo.

Es lo que significa ser humanos… y, desgraciadamente, hay muchas «mitades oscuras» con el poder suficiente para propagar el horror sobre sus congéneres. Gente canibalizada, zombies sin alma errando en busca de algo que dejaron se pudriera hace mucho tiempo; gente cuya envidia es lo que causa el sufrimiento de miles de personas, pero que no pueden parar de hacer el mal.

Eso también es propio del ser humano.

Por cierto, tuve el nuevo libro de Stephen King en mis manos, pero dudé en comprarlo: Richard Bachman siempre mata a sus protagonistas


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