A mi manera….
Como este rinconcito es mío, mío y de mis pensamientos, de mis imaginaciones, me permito colocar aquí uno de mis relatos, que tanto me gustan escribir.
Siempre fui de las que pensé que nunca me atraería un hombre nada más verlo. Hasta que conocí a Jaime. Es como lo que llaman flechazo, pero yo lo llamaría atracción. No me imaginaba a lomos de un caballo blanco paseando por una playa paradisíaca….tan sólo revolcándome mientras le comía los labios con lujuria. Esa sensación, al mirar a aquel chico que tenía frente a mí en la mesa, me causaba pudor y miedo a la vez. Ese miedo de “que me está pasando” y ese pudor de “se me notará la excitación bajo la blusa?”. Lo cual no me importaba, sobre todo si notaba que era él el que miraba allí mismo. Empecé a sentir calor cada vez que coincidia que me miraba, su cara de aparente chico malo contrastaba con su mirada dulce en unos ojos marrones. Aquella cena transcurría sin más, aunque no podía llevarme bocado sin pensar en una guarrada, no entendía muy bien que me estaba sucediendo, tampoco era para tirar cohetes. Apenas cruzamos unas frases, no así ciertas miradas que no hacían más que seguir avivando mi ya trallada imaginación. Aquella cena acabó en unas copas, y tras ello, dirigiéndome a mi coche, Jaime salió también. Al yo subirme un poco las mangas de la blusa, dejé al descubierto un tatuaje que tengo en el antebrazo derecho, con lo que pareció llamarle la atención y me preguntó si me gustaban. Mi afirmación le gustó a él también, y subió las mangas de su jersey blanco y dejó ver ambos brazos casi al completo tatuados. Mi cara de sorpresa se acompañaba de una aceleración del corazón y de un nudo en el estómago. Jaime estaba completamente rapado, y tenía una cicatriz en la ceja izquierda que me daba muchísimo morbo, pero al ver sus tatuajes mi mirada, creo, se volvió más lasciva aún. Seguía preguntándome a mí misma que carajo me estaba pasando, qué imán tendría ese chico para hacerme sentir así, tampoco hacía tanto de mi última (y no mala) experiencia sexual. Conversamos un rato sobre tatuajes, enseñándonos los que ambos teníamos (algunos, claro), y comprobé como Jaime fumaba un cigarro tras otro…”fumo mucho cuando estoy nervioso”.
“Yo también estoy nerviosa, lástima que no fume”….
“Y tú? Por qué estás neviosa?”- me preguntó con una pícara sonrisa que me perturbó…
“yo? Me pones nerviosa tú”
Tras un gesto de sorpresa y al parecer, inesperado, me dijo que le explicara el porqué me ponía nerviosa, si “tienes valor, claro”.
Ese “tienes valor”, como desafiante, me hizo rebelarme contra mí misma, que no suelo ser de decir a las primeras de cambio lo que alguien me hace sentir….no sé si me molestó o me gustó, pero lo dejé claro…”me pone nerviosa tu mirada, que miras y esquivas cuando te cruzas con los ojos que estabas mirando…me pone nerviosa cuando has sonreído las veces, pocas, que lo has hecho, y verás que he estado atenta, disculpa, pero no había cosa más interesante alrededor en ese momento. Me pone nerviosa tus manos, porque me las he imaginado de alguna manera que es imposible no ponerte nerviosa….cuando te has lamido los labios tras caerte un poco de cerveza…..y al verte los brazos no sólo me has terminado de poner nerviosa, sino que me he excitado….¿te vale?”…..
Su cara lo dijo todo…..¿y ahora qué? Dijo mientras hacía el amago de acercarse, subiéndose la camisa, y dejándome ver y tocar todo su pecho tatuado….ambos pectorales, los abdominales, los hombros…..”si vas a seguir enseñándome cuerpo con tinta, mejor será que montes en el coche”. Tras eso sólo recuerdo que sentí como su boca envolvía mis labios, sus labios, duros, se abrían paso y dejaba jugar su lengua por mis dientes, mi lengua, mi boca…..no pude evitar meter mis manos debajo de su jersey blanco y repasar sus tatuajes con ellas, eso me producía un placer difícil de explicar. Pasamos besándonos, comiéndonos literalmente la boca, un buen rato, hasta que la sangre volvió a regar donde debía y decidimos salir de aquel hueco entre coche y coche.
Llegamos a su casa. Nuevamente me sorprendía a mí misma por la rapidez de mis actos, pero por una vez dejé de pensar lo que estaría bien o no y me dejé llevar por mis instintos. O más bien, tendría que decir, por mis hormonas. Al entrar a su piso, un 4º sin ascensor, sentí que palpitaba más y más…no sé si de subir las escaleras o de pensar lo que ocurriría. Un piso ordenado, decorado con gusto y donde parecía reinar una paz increíble. Sin parecer desesperada, le pedí tomarme una cerveza, y ambos, en la terraza, nos bebimos una. Jaime volvió a fumar casi sin control, lo cual provocaba hasta que yo tuviese ganas de fumar, con lo que di dos caladas de su cigarro y pareció gustarme. “no pienso echarme a fumar a estas alturas” me rondó por la cabeza rápidamente. Jaime se quitó el jersey, dejando nuevamente su torso a mis ojos, y donde pude ver con más claridad cada detalle de sus tatuajes. No hablamos de su trabajo, ni del mío, ni de futuro ni pasado, ni de chicos ni chicas, ni ex novios ni novias, tan sólo me enseñaba sus tatuajes como si un padre orgulloso muestra a sus hijos. Algunos eran de temas japoneses, como una bonita geisha que tenía en un pectoral. Su ombligo estaba rodeado por una serpiente que le cubría casi todo el vientre, y luego un sinfín de detalles en cada brazo, incluso uno que recordaba, de forma no en retrato, a su madre, fallecida. Eso, confieso, me puso tierna por un momento, pero seguí mirando aquella espalda que parecía un mural de Da Vinci. Juro que si vislumbro a la Gioconda me creo que estoy en un museo. En su espalda, bien formada por cierto, otros tatuajes que le recordaban momentos de su vida, y los cuales tenía su simbología. Yo mostré los míos, nada comparables con semejante cantidad de tinta en su cuerpo, pero eran los míos. Cuando vió el de la pierna, lo tocó y empezó a besarlo. Ya está. De ahí acabamos en la cama, apartando el nórdico, que estaba enrollado como si se hubiese despertado de una siesta. “no hice la cama hoy”, dice como disculpándose. Como si a mí me importara ahora si la cama estaba hecha o no, total, tenía el pensamiento de deshacerla desde que me subí en el coche.
No me importa parecer romántica, cosa que soy poco, poquísimo, pero el momento de desnudarnos fue parecido a esas escenas empalagosas que salen en ciertas pelis. Como si fuese a cámara lenta, fue quitándome la ropa, sin apartar su boca de cualquier parte desde mi cuello a mis ojos….cuando desabroché su cinturón, pude notar que su excitación no estaba solo en su respiración. Rozarme con él, yo tan sólo con el culotte y él en vaqueros, me puso a mil. Tanto o más me ponía besarlo, rozar con mis manos su cabeza rapada, sus hombros dibujados, que sus manos buscaran con ganas mis pechos, mis piernas, que me ayudaba de ellas para bajarle los pantalones. No fue sorpresa, pero no me esperaba que también sus piernas estuvieran con dibujos de tinta. Quise alargar el momento de que entrara en mi cuerpo, aunque ambos estábamos a punto de caramelo. Rozar mis pechos, duros de excitación, con su pecho mural me estremecía. En un momento me di cuenta que estaba boca abajo, con todo su cuerpo encima mia, y con sus manos apretando mis muñecas, por encima de mi cabeza…..con su rodilla abrió mis piernas, y con la mayor dulzura que se pueda hacer ese momento, entró en mí. Lo único que salía de nuestras bocas eran gemidos y la respiración entrecortada. No hacía ni 5 horas que nos conocíamos, y allí estábamos, revolcándonos en su cama, sin preguntas, ni respuestas, ni complicaciones….me senté en él, lubricada como jamás en mi vida. Su más de metro ochenta hacía que la envergadura de sus brazos me cubriesen por completo, por lo que me sentía tan protegida como deseada, y sin parar, entraba en su cuerpo, mientras él me suplicaba que no parara, y me apretaba contra él. Curiosamente pasó por mi mente algo que no era el momento….¿sabía Jaime como me llamaba yo?…..pero a la par iba mordiendo sus labios, que empezaban a enrojecerse….de pronto salta la música del equipo, el cd que tenía puesto se puso, como por obra de magia…la canción era la gran “My way”…..y ahí estaba yo, sintiendo el placer mayor de mi vida, devorando con mi lengua, con mis piernas, con mis dientes y mis ojos, a un chico que 5 horas antes tenía frente a mí en una aburrida cena de amigos, allí estaba él, como protegiendo con sus brazos tatuados a la chica que antes tuvo el coraje de decirle que la había puesto cachonda, literalmente, su mirada. Ahí estábamos, ambos…a nuestra manera, como se empeñó en cantar Frank Sinatra antes de que, no sin gritar, un orgasmo pasara por nuestro cuerpo como un rayo.
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